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RESEÑA:
Se extinguía el 4 de septiembre de 1970. El
pueblo se había volcado sobre la alameda Bernardo O’Higgins, arteria principal
de Santiago, para celebrar una victoria que por largas décadas se había
mostrado esquiva.
Allende era virtualmente el presidente de
Chile, aunque el gobierno de Frei dilataba el reconocimiento oficial de los
resultados electorales. Trabajadores, jóvenes estudiantes, mujeres de las
poblaciones marginales y campesinos de la periferia capitalina, explosionaban
de júbilo sobre la ancha avenida. La burguesía amedrentada, intoxicada por su
propia propaganda, se había parapetado en sus mansiones, aguardando el asalto
de las turbas vencedoras. La culpa acumulada en siglo y medio de dominación y
explotación, oscurecía y silenciaba los barrios elegantes.
Aquélla fue una noche de alegría larga. El
pueblo cantó y bailó hasta avanzada ya la madrugada... pero ni un sólo vidrio
se quebró en Santiago, ni una sola bofetada castigó la arrogancia replegada del
enemigo derrotado. Los trabajadores se asomaban a su destino con una increíble
demostración de generosidad y madurez cívica.
Casi exactamente tres años después, cuando
también se apagaba otro día de septiembre, la burguesía alborozada bebía
champán en sus lujosos salones: Allende había sido asesinado y se clausuraba
brutalmente la vibrante experiencia que él encabezara. La soldadesca, inoculada
de odio, irrumpía en los hogares populares y allí destruía, robaba, violaba y
asesinaba, mientras el pijerío ebrio delataba, golpeaba y colaboraba en la
tarea de exterminio.
Cuando septiembre fue del pueblo, los partes
policiales no registraron un solo desmán. Cuando fue de la burguesía, murió
ensombrecido por el hedor de 40.000 cadáveres. El terror rojo, persistentemente
anunciado por los heraldos de la burguesía, no se asomó entonces ni en los tres
años subsiguientes. El terror blanco, en cambio, vino sin anuncio y su faena
nunca se dio pausa después de la derrota popular. Dos estilos de vida, dos
concepciones diferentes de la sociedad y del hombre. Una, la del pueblo,
alegre, generosa, abierta a la esperanza de una vida superior. Otra, la de sus
adversarios, torva, deshumanizada, implacablemente resuelta a defender sus
privilegios.
El examen de los dos proyectos sociopolíticos
que emergen de aquellos aconteceres, el intento de construir una sociedad
socialista, en pluralismo, en democracia y en libertad, y la experiencia
fascista, que metodiza la destrucción de un vasto sector social para afincar el
dominio burgués imperialista, constituyen el objetivo central de este libro.
El ensayo está escrito para satisfacer una
urgente necesidad personal y partidaria, a la vez que una apremiante exigencia
revolucionaria. Desde la dirección del más poderoso partido de la Unidad
Popular, jugamos un importante papel en el quehacer convulsionante de los
últimos años. Ello nos impuso la obligación de ir recogiendo las interrogantes
variadas que emergieron del desenlace trágico. Deseamos, en estas páginas, dar
a ellas una respuesta directa y categórica, desde nuestra perspectiva.
Comprendemos las dificultades y asumimos plenamente los riesgos. El triunfo
electoral de un movimiento marxista, en un país pequeño, dependiente y
subdesarrollado, es un hecho excepcional en la historia, el desarrollo
posterior del proceso y su subsiguiente fracaso, crearon incógnitas complejas,
difíciles de desentrañar.
Premeditadamente habíamos eludido enfrentar
esta tarea sin contar con una perspectiva histórica adecuada y sin la serenidad
indispensable para liberar el análisis de cualquier interferencia subjetiva y
emocional.
Creemos que ya ha trascurrido el tiempo suficiente
como para encarar esta exigencia. Entendemos insoslayable la obligación de
hacer llegar nuestro pensamiento a los combatientes, que desde todos los
rincones de los caminos revolucionarios, hurgan en la experiencia chilena las
lecciones inapreciables que emergieron de su victoria y derrota.
Con posterioridad al golpe militar, empezó a
proliferar en Europa y en América Latina, una profusa literatura analítica en
tomo a las cuestiones fundamentales planteadas por nuestra singular
experiencia. Ello no es extraño. Pocos hechos, en lo que va del siglo, han
impactado tan violentamente a la opinión pública mundial. Pocas veces, el
movimiento revolucionario internacional había formulado con tan vehemente
severidad el cuestionario de sus dudas:
¿Qué factores determinaron la derrota? ¿Cuál
fue la magnitud y la entidad de los errores cometidos? ¿Qué desviaciones lo
obstaculizaron y sobre qué «fichas ideológicas» deben éstas ser imputadas? Y
por cierto, como cuestión sustancial, ¿estaba o no la derrota fatalmente determinada
por la singularidad misma de la vía, en apariencia divorciada de la ortodoxia?
Las respuestas ensayadas han entregado un
aporte valioso al debate promovido. No obstante, en no pocas de ellas, se ha
incurrido en errores determinados por perspectivas inadecuadas. Existe, a
nuestro juicio, tendencia « magnificar factores adjetivos del proceso, a los
cuales se atribuye un peso específico, casi excluyente. Para algunos, la suerte
de aquél, aparece sellada pura y simplemente por la decisión voluntariosa del
imperialismo de hacerlo abortar. Para otros, estaba condenado por la
incapacidad de la dirección revolucionaria, para articular, política y
socialmente, un entendimiento con los sectores medios, que evitara el
aislamiento del proletariado. Hay también, quienes buscan el nudo de la trama
en el ritmo impuesto a la experiencia, lento para Montescos, vertiginoso para Capuletos.
No pocos aparecen orientados, más que a
profundizar objetivamente en la realidad íntima del drama chileno, a satisfacer
determinadas posiciones partidistas o doctrinarias. Finalmente, algunos juicios
críticos se expresan a contar de moldes ya utilizados o de experiencias ya
vividas, con los cuales se pretende establecer analogías mecánicas.
Carlos Altamirano Orrego (Santiago de Chile,
Chile, 18 de diciembre de 1922) es un político y abogado chileno.
Fue secretario general del Partido Socialista
de Chile (1971-79), diputado (1961-65) y senador (1965-73), aunque antes
ejerció como profesor de hacienda pública y derecho económico en la Escuela de
Derecho de la Universidad de Chile.
Durante el gobierno de Salvador Allende, Carlos
Altamirano, en su calidad de Secretario General del PS, se distinguió por ser
uno de los dirigentes más intransigentes del régimen, al llamar a la revolución
armada con su popular eslogan «avanzar sin transar». Su diálogo extremista era
evidente, y culminó en la total división de la sociedad.
Liderando la vía la insurrección armada contra
la burguesía, el 9 de septiembre de 1973 llamó al enfrentamiento armado y a
oponerse, por todos los medios, a la ofensiva golpista, descartando cualquier
tipo de diálogo. Posteriormente, se exilió en Cuba tras el 11 de septiembre de
1973. En 1978, fue reelegido en su cargo de Secretario General del PS en la
ciudad de Argel.
Tras asistir en Madrid al funeral de Franco, en
1975, Augusto Pinochet mantuvo reuniones secretas con el terrorista neofascista
italiano Stefano delle Chiaie, cercano a la logia P2 de Licio Gelli, para
planificar -sin éxito- un atentado contra él. Desde el exilio, protagonizó la
renovación ideológica del socialismo chileno. Regresó a Chile en 1993,
desvinculándose desde ahí de la política activa aunque no de la reflexión
política, que plasma en las páginas de su libro `Después de todo`. También es
autor del libro `Dialéctica de una derrota` (1977).
Fuente de la Reseña: http://ebiblioteca.org/?/ver/31438
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